Por Gabriela Degorgue
La erupción del volcán Puyehue, en el Cordón del Caulle, ha puesto en evidencia la fragilidad de gran parte de las distintas piezas que componen el complejo rompecabezas de la realidad patagónica, agudizando desequilibrios económicos, productivos y sociales y dejando también en claro que las fronteras sólo son abstracciones de los hombres.
En el sector urbano a los problemas habituales se sumaron la falta de luz y agua, dificultades para la circulación de vehículos, serios deterioros en las viviendas más precarias y en las localidades más chicas, algunos problemas para el abastecimiento de mercaderías.
Las actividades relacionadas al turismo, sobre todo en la zona de montaña, han sufrido como consecuencia la cancelación de gran parte de las reservas para esta temporada invernal y es fácil predecir el impacto que esto tendrá en los trabajadores ligados a esta actividad.
En el sector rural la cosa es un poco más grave. La ceniza ha cubierto gran parte de los pastizales naturales y mallines, fuente de alimento de la fauna silvestre y doméstica. Las fuentes de abastecimiento de agua para las personas y el ganado se han visto seriamente afectadas, sobre todo aquellas de aguas quietas y de vertiente. El ganado, además de verse afectado por la falta de forraje, estará susceptible de padecer dificultades en el tracto respiratorio y mucosas. La calidad de la lana disminuirá por déficit nutricional y contaminación del vellón con cenizas, al igual que la producción de corderos, como consecuencia del déficit nutricional de las majadas.
Esta situación es a la que están expuestas aproximadamente 900 familias de la provincia de Río Negro y 600 de Neuquén, sumando entre ambas, según datos del INTA 305.000 animales en Río Negro y unos 149.000 en Neuquén. Las familias afectadas son en gran parte productores familiares, de descendencia mapuche en muchos de los casos. En el norte de la provincia de Chubut el escenario es similar.
Ante esta situación los gobiernos nacional y provinciales han reaccionado poniendo recursos a disposición, mayormente para la entrega de pasto a los productores y se han constituido algunos espacios interinstitucionales, como la mesa de emergencia de Ing. Jacobacci, desde dónde se intentan establecer criterios comunes y coordinar cuestiones operativas.
No obstante ello es esperable una alta mortandad ovina, bajas y bajísimas señaladas, pérdidas significativas de la próxima cosecha de lanas y probablemente también de corderos, aún con este abastecimiento de forraje.
Asimismo existen enormes dificultades para el transporte de insumos ya que la ceniza “rompe” los motores tanto de rodados como del apaleado tren patagónico. Y si tomamos en cuenta el estado de los caminos, que es previo a la ceniza, la situación se torna más complicada aún.
En cuanto a la composición de la ceniza, según datos aportados por la Universidad Nacional del Comahue y por el INTA, se ha evaluado que la misma no es tóxica y que en el mediano plazo es probable que contribuya a mejorar las condiciones físicas del suelo aunque no así su fertilidad.
Todo esto, que de alguna manera podríamos calificar de catástrofe natural, no ocurre en “campo virgen”. Esta situación se da en una Patagonia hipotecada. En una región que sufre un severo proceso de desertificación ambiental, social, económica y cultural. Agravada claro por la sequía de los últimos 5 años, profundizada hoy por las cenizas del Puyehue.
Esta Patagonia deshabitada, de 1,4 hab/ km2, que es fuente de los principales recursos naturales que disputa hoy el mundo: agua, energía, bosques y pastizales, recursos minerales… esta Patagonia federalizada, donde los estados provinciales negocian nuestros recursos naturales al mejor postor y que hoy está en la mira de los grandes capitales del mundo.
Por supuesto que la situación de la región no está por fuera de una política nacional agro exportadora que durante los últimos 15 años ha dejado fuera del sistema productivo a más de 150.000 familias de agricultores familiares y que crece y se expande a costa de sus agricultores familiares, de sus pueblos originarios, de su monte nativo y de la sociedad en su conjunto.
Más allá de discursos y de políticas asistencialistas no ha habido acciones desde el estado coherentes con esta situación que se agrava de manera constante.
Los servicios de salud y de educación en la zona rural que nunca fueron adecuados, están precarizándose. Los hospitales, cuando los hay, no cuentan con la infraestructura, los insumos o los recursos humanos necesarios. El nivel educativo de las escuelas es deficitario y los recursos disponibles para aquellos docentes que todavía “la pelean” casi inexistentes. Eso sí….. en algunos parajes los estudiantes han sido bendecidos con netbooks e internet.
La situación es realmente seria, la ceniza le ha dado el golpe de gracia a una estructura productiva agonizante. Éxodo rural, concentración de tierras y recursos naturales, urbanización descontrolada con los problemas sociales que ello acarrea y marginalidad serán las consecuencias que se deriven de esta “catástrofe”. Es imprescindible caminar hacia la modificación del modo de producción vigente y repensar las estructuras productivas provinciales y nacionales en función de los intereses de Argentina y Latinoamérica. Es necesario poner en marcha una propuesta integral, no sintomática, que considere los aspectos políticos, judiciales, económicos, ambientales, educativos y de servicios, que contribuya a sostener a las familias de productores, garantes de nuestra soberanía alimentaria y territorial, en el campo, en condiciones de vida, de trabajo y de producción dignas.
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