La visita del presidente estadounidense Barak Obama a Latinoamérica tuvo que ser muy restringida y fue decididamente deslucida. A su retorno, casi de inmediato, anunció ajustes en el uso de combustibles fósiles. Estuvo en Brasil, en Chile y en El Salvador. Técnicamente es un recorrido dispendioso pero, para el avión del presidente de la mayor potencia mundial, el derroche nunca ha sido problema. Políticamente, fue un itinerario al menos curioso. Trataremos de entender esa secuencia.
Brasil es la potencia emergente más fuerte del continente, pero tiene un gobierno que no está dispuesto a ser su aliado incondicional, como lo fue en la segunda mitad del siglo pasado. Sin embargo, con 8,5 millones de kilómetros cuadrados, está desarrollando políticas de fabricación de biocombustibles muy atractivas, a las que Estados Unidos se suma con entusiasmo. Pero Obama no estaba interesado, esta vez, en ese tema; su visita tenía otros intereses que se vieron truncados por sucesos que ya analizaremos.
Pasó a Chile, donde esperaba una recepción exquisita. No lo fue, aunque el presidente Sebastián Piñera se empeñara en lograrla. Miles de manifestantes, tal como ya había ocurrido en Brasil, coparon las calles gritando consignas contra su presencia. Es más: en la conferencia de prensa conjunta, al final de la visita, el mandatario chileno debió ser muy preciso sosteniendo que no había firmado ningún acuerdo para la instalación de una planta de energía nuclear, “ni siquiera para un proyecto”. Obama debió pasar por alto la precisión que hizo su homólogo. Es que, el mandatario norteamericano había venido a Latinoamérica precisamente para vender tecnología nuclear. La tragedia del Japón destruyó esa posibilidad. Aún así, Piñera y Obama firmaron un acuerdo que seguramente esperará algunos años para concretarse.
La gira debía concluir triunfalmente en El Salvador, en ese pequeño país centroamericano, a cuyos gobiernos derechistas financió Washington para destruir la insurgencia popular. Incluso visitó la tumba de monseñor Arnulfo Romero, asesinado por los sicarios de ARENA (la corporación opositora que fundó D’Aubisson) donde no tuvo el tino de pedir perdón. Y, aunque el presidente Mauricio Funes y el FMLN se esmeraron en darle un viso positivo a la visita, lo cierto es que el pueblo simplemente lo repudió.
Barak Obama retornó a la Casa Blanca prácticamente con las manos vacías. Algunos acuerdos de buena voluntad que son papeles que han ido acumulándose, sin que cambie la relación entre Estados Unidos de Norteamérica y nuestras naciones. Que haya hecho coincidir su primera visita oficial a Nuestra América con el 50º aniversario de la Alianza para el Progreso no fue precisamente un acierto. La memoria que tenemos de ese programa es en extremo negativa. Seguramente el Departamento de Estado tiene otra visión.
Pero los hechos muestran resultados diferentes. Apenas llegado a Washington, Obama anunció un programa de ajuste en el derroche de combustible. Estados Unidos consume más de 22 millones de barriles de petróleo diariamente y la mitad de esa cantidad, la importa. Su propuesta es bajar al menos en un tercio tales importaciones que, a los precios mínimos actuales, suman más de 900 millones de dólares diarios. Habló de alternativas como el litio y los biocombustibles pero terminó diciendo que Estados Unidos, "está sentado sobre suministros de energía que esperan a ser explotados". Es decir, amenaza con dejar su dependencia de los hidrocarburos importados, pero se contradice en los hechos. No otra cosa significa la guerra declarada a Libia.
Haciendo cuentas de su primera gira oficial por nuestras tierras, el presidente de la nación más poderosa del mundo, retornó a su despacho con magros resultados. No pudo incentivar la venta de energía nuclear; la tragedia del Japón es una grave advertencia de la peligrosidad de esa energía. Tampoco consiguió que le aseguraran suministros energéticos; pero, claro, fue a países que no pueden ofrecerle tales insumos. Por último, dio una muy mala imagen en El Salvador, ese país castigado por tantos gobiernos de inspiración norteamericana, donde se cometieron horrendos crímenes a título de defensa de la seguridad norteamericana.
Pero, seamos generosos con el Premio Nobel de la Paz 2009. Hagamos de cuenta que todavía no ha visitado Nuestra América y esperemos que programe una primera gira tratando de entender, si esto es posible, qué esperan nuestros pueblos de esa nación enriquecida.
Antonio Peredo Leigue
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