De la misma manera que suele decirse que hay imágenes que
valen por mil palabras, hoy toca señalar que ciertos discursos, como el
recientemente pronunciado por Barack Obama en la Academia militar de West
Point, ayudan a clarificar en toda su extensión de qué se trata cuando se habla
del Imperialismo.
Partiendo del criterio por él mismo formulado, de que
“Estados Unidos es la única nación indispensable”, y el agregado de que “eso
fue así en el siglo pasado y seguirá siéndolo en el próximo”, Obama no ahorró
ejemplos para demostrar que la fuerza militar
es, y siempre será, “la espina dorsal” de una expansión que sueña
consolidar en todo el planeta. Puso el acento en lo que significó para “la
democracia de esos pueblos” la intervención en Irak y Afganistán, mencionando
muy a la ligera que no todo había salido a pedir de boca en sus maniobras
injerencistas. No contó, claro está, a los millones de muertos y desplazados,
ya que esos son “daños colaterales”. También justificó la necesidad de pararle
los pies a Rusia “junto a nuestros aliados de la Otan” y “la ayuda inestimable
del FMI”, en la crisis que ellos mismos indujeron en Ucrania. Abogó por generar
el clima óptimo para seguir hostilizando al gobierno sirio, y cuidar los
intereses de sus aliados en Bagdad, ahora puestos en peligro por los mismos
mercenarios que armaran sus muchachos del Pentágono.
“Estados Unidos usará su fuerza militar, unilateralmente
si es necesario, cuando nuestros intereses básicos lo exijan”, amenazó Obama,
dando cuenta de que Europa no debe mirar a un costado a la hora de luchar
contra “el terrorismo”.
Por último, no quiso que hubiera espacio para ningún tipo
de dudas sobre las intenciones que alberga el Pentágono de aquí en más,
puntualizando que “Estados Unidos debe siempre liderar en el escenario
internacional. Si no lo hacemos nosotros, ningún otro lo hará”, dijo, volviendo
a poner énfasis en lo que significó toda la estructura ideológica de su
discurso: “Me apoyaré cada vez más en los militares para que tomen el
liderazgo”.
Es en este marco que hay que analizar las continuas
agresiones que sufre el proceso revolucionario bolivariano y que han cobrado
excepcional magnitud desde que comenzaran las acciones golpistas en el mes de
febrero, a través de acciones violentas e intentos indiscutibles de culminar
con el derrocamiento del gobierno legítimo de Nicolás Maduro.
Venezuela es, de hecho, un laboratorio en el que el
imperialismo utiliza todo tipo de fórmulas.
No sólo Obama, sino en forma más evidente, han sido el
secretario de Estado, John Kerry, la subsecretaria Roberta Jacobson, o más
recientemente el vicepresidente Joseph Biden, los que se han encargado de
arropar descaradamente a los sectores más agresivos de la oposición y
suministrarles en su momento, aire para que continuaran con guarimbas que
dejaron el saldo de más de cuatro decenas de muertos.
Es indudable también, que en ese afán explicitado por el
presidente estadounidense de “liderar el planeta”, todo lo que viene ocurriendo
en el continente latinoamericano, a nivel de integración y generación de
anticuerpos, complica esos planes. Sin embargo, el Imperio no deja de
incursionar, buscando concretar su objetivo de arrasar con los gobiernos y los
pueblos que le plantan cara. Es por ello, que sigue afianzando sus bases militares, acelera los Tratados de
Libre Comercio y gestiona la Alianza para el Pacífico, envía más y más
“misiones culturales” patrocinadas por la Usaid, o en algunos casos, como acaba
de ocurrir en Argentina, genera la intervención de la mismísima Corte Suprema
de Estados Unidos para intentar asfixiar económicamente al país.
Con Venezuela, estas “recetas” desestabilizadoras han
sido probadas a lo largo de estos quince años de mandato bolivariano,
convirtiendo al país en uno de los más atacados, pero también el que mayor
empeño ha puesto (indudablemente junto a Cuba revolucionaria) en desbaratar
cada uno de estos embates.
La injerencia norteamericana es descarada. No ha dudado
en involucrar a algunos de sus funcionarios, como es el caso del embajador en
Colombia, Kevin Whitaker, en un plan que contemplaba el asesinato del
presidente Maduro, a partir del estrecho relacionamiento que este diplomático
mantiene con dirigentes de la oposición violenta, como es el caso de María
Corina Machado, el periodista Nelson Bocaranda o el prófugo Diego Arria.
Frente a cada uno de estos intentos, el pueblo y el gobierno
venezolano, firmemente unidos con su Fuerzas Armada han ido demoliendo los
intentos explicitados por Obama en West Point. La fórmula, por sencilla, no
deja de ser efectiva: hablar sin eufemismos de los enemigos de la soberanía
venezolana y también de la región, actuar con la Constitución en la mano,
apelando al estado de derecho para acorralar a los violentos, y por último,
continuar profundizando los logros de la Revolución. Hechos y no palabras que
le aseguran seguir cumpliendo con el legado del Comandante Supremo Hugo Chávez.
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