El Espejo de Argentina y el Mundo

Año XX - Nº 226 (Segunda época)
Septiembre 2015

24 de septiembre de 2012

2025, derecho a soñar y obligación de seguir construyendo

Bolivia
Por: Hugo Moldiz Mercado*

El sentido común entre el 2000 y 2005 era desplazar del poder a la burguesía, entre 2005 y 2009 era recuperar nuestros principales recursos naturales y materializar el sueño de una CPE, y ahora, desde el 2012 hasta el 2025, el sueño es la aplicación de los ejes principales de ese nuevo texto constitucional.
El 6 de agosto pasado, el presidente Evo Morales ha convocado a todos los bolivianos y por encima de las diferencias, a llevar adelante una agenda hacia el 2025. La iniciativa ha sido considerada una improvisación por la oposición y como el anticipo de que el líder indígena no piensa soltar las riendas del poder.
A más de un mes de ese llamado, la convocatoria va ganando sentido. Desde una perspectiva más larga del proceso, de lo que ha tenido que enfrentar antes, durante y después de las victorias político-electorales de 2005 y 2009 -por solo hablar de elecciones generales-, los planes y las metas deben ser ambiciosos, sobre todo si es una revolución.La propuesta de trabajar juntos -gobierno nacional, gobiernos subnacionales y sociedad en pleno- en una agenda patriótica hacia el 2025, obviamente tiene su punto de partida en la Constitución Política del Estado (CNP), cuya materialización era un sueño a conquistar entre los años 2003 y 2005, cuando se fue consolidando la “Agenda de octubre”, pero que ahora es la guía fundamental para construir una sociedad distinta.
Entonces, hay una suerte de consecuencia lógica en el discurso y accionar gubernamental. A partir del año 2000 -cuando se inicia la cuarta crisis de Estado de nuestra historia-, el horizonte de la resistencia e insurgencia indígena-campesina-popular fue ganando claridad, pues de solo oponerse a los gobiernos neoliberales -que no es poco- se pasó a proponer su derrota por la vía de la “toma” del poder político. Las clases subalternas entonces fundieron en una misma lucha, lo social y lo político, lo reivindicativo y lo estratégico. Eso tuvo su desenlace en diciembre de 2005, con la victoria de Evo Morales, pero todo se reduciría a un simple manejo de votos si a ese triunfo no le acompañara lo principal: las clases subalternas, convertidas en dirección colectiva entre febrero de 2003 y junio de 2005, prolongaron la construcción revolucionaria de su poder desde enero de 2006. Pasaron de un momento a otro. Del sueño de derrotar al neoliberalismo, al sueño de emprender otro camino.
En ese horizonte de lucha apenas había tiempo para soñar en el tipo de sociedad que se quería vivir. La fuerza estaba concentrada en desplazar al viejo bloque en el poder, objetivo para el cual no había otro camino que lograr su derrota política, ideológica y moral. Así se hizo.
Pero sin perder de vista los peligros que acechaban al proceso, la perspectiva larga, en medio de un rico proceso constituyente, iba a conducir a la necesidad de contar con un nuevo texto constitucional. El desafío, estratégico si uno lo mira ese momento y táctico cuando se lo aprecia ahora, implicaba trabajar en una CPE que, como es obvio, enfrentaría los obstáculos más duros y antidemocráticos de parte de la derecha nacional y extranjera.
La historia, con ese movimiento real de las cosas de las que nos hablara Marx, estaba de lado del pueblo. A pesar de la toma de instituciones, de la violencia contra los sectores y movimientos sociales, de los intentos de golpe de estado y asesinato del presidente Morales, lo que parecía imposible se logró: Bolivia aprobaba en enero de 2009 una CPE que por primera vez en toda su historia condensaba la participación y la sabiduría de “los de abajo”.
Todo ese esfuerzo, sin embargo, sería vano si los que tomaron las riendas de un destino que en el pasado lo tenían enajenado no adoptaban otras medidas para profundizar su proceso. Las revoluciones que no defienden y proyectan sus conquistas, no merecen ser consideradas como tales.
El nuevo tipo de poder que se va forjando -como particular relación entre el gobierno y los movimientos sociales-, ha pasado por momentos muy difíciles y peligrosos desde enero de 2006. Después de casi dos años de desaceleración, la iniciativa ha sido recuperada, aunque todavía resta construir un nuevo sentido común.
El sentido común entre el 2000 y 2005 era desplazar del poder a la burguesía, entre 2005 y 2009 era recuperar nuestros principales recursos naturales y materializar el sueño de una CPE y ahora, desde el 2012 hasta el 2025, el sueño es la aplicación de los ejes principales de ese nuevo texto constitucional.
La Constitución Política del Estado tiene incorporado muchas de las conquistas que el gobierno empezó a concretar aún antes de su elaboración y aprobación, pero también contiene de lo mucho que resta por hacerse para concretar esa subjetividad que trasciende sus articulados.
Entonces, cuando se habla del 2025, lo que se está haciendo es ponerle plazos a la aplicación de la CPE. No es otra cosa, que la materialización de un texto constitucional que condensa los sueños de emancipación plena a los que aspiramos todos.
Por lo tanto, hablar del 2025 es ir más allá de una mejora de los indicadores sociales tradicionales con los que los organismos internacionales aliados del capital miden los avances o no de la sociedad. Esa es una desviación comprensible en algunas autoridades del gobierno, pero que deben tratar de ser evitadas y manejadas con cuidado para no ser malinterpretadas.
El horizonte que propone la CPE trasciende los esquemas reduccionistamente economicistas, para entrar en las profundidades de la realización humana. Pero al mismo tiempo, el alma de la CPE sería abstracta e irrealizable si no cuenta con las condiciones materiales para su materialización.
Un 2025 con cero extrema pobreza, acceso a los servicios básicos hasta en los lugares más alejados del país y seguridad alimentaria son metas que no pueden negarse, a lo que quizá habría que añadir otras como la alcanzar la seguridad ciudadana.
Para lograr esas metas hay que darle valor agregado a nuestras materias primas, por supuesto que si, pero sin perder de vista que es tan importante la industrialización como el cuidado de la naturaleza. Es decir, hay que lograr un equilibrio entre el aprovechamiento racional de nuestros recursos naturales y la preservación del medio ambiente.
Pero a esas metas tangibles, hay que agregar otras. En 2025 deberíamos tener una sociedad más solidaria, hombres y mujeres más plenos, niños y niñas protegidos y queridos por todos. En 2025 deberíamos tener una sociedad en la que tan importante sean los estímulos morales como los materiales.
Llegar al 2025 demanda construir un nuevo sentido común que supere los particularismos, que trascienda los indicadores tradicionales y de paso a otras formas de medir los avances de la sociedad que tengan en cuenta las conquistas tangibles e intangibles. Como dijera el Che, en su crítica al capitalismo pero también al socialismo europeo, el socialismo es un proceso material, pero también es un hecho de conciencia.
En 2025 los avances deben ser en todos los sentidos y así es como hay que entender el llamado de Evo Morales. Tener una idea de lo que pensaba el presidente el pasado 6 de agosto, no es solo escuchar lo que salió de sus labios en ese instante, es hacer memoria de todo lo que ha venido hablando desde enero de 2006.
El llamado a tener un país distinto en 2025, es un llamado, aunque no se hable de eso, a una mayor concretización del socialismo comunitario hacia el vivir bien.

*Director Semanario La Época - La Paz, 10 de septiembre de 2012



 

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