Catalejo
Ernesto Guevara decía que en la lucha política había que
estar "un metro delante del caos". El gobierno de la Sra. Cristina Fernández
aplica la consigna a su modo.
Después de cinco años de descontrol inflacionario, el
gobierno busca paliativos por la vía más ortodoxa: recortando subsidios. No a
los ladrones beneficiarios, sino al común de la gente, aunque la cosa recién
comienza.
Después de cuatro años de completa desinversión y
vaciamiento de YPF, resolvió la expropiación del 51% de sus acciones (no se
dirá aquí ni una palabra de lo actuado por los ahora gobernantes a la hora de
la privatización).
Después de fugados 21 mil millones de dólares durante 2011, sin
contar los que en los años anteriores llegaron a sumar más de 80 mil millones
sustraídos sin contratiempos a la economía nacional, en noviembre pasado se
pusieron restricciones a la compra de dólares.
Después de que Aníbal Fernández, tras bregar por la
conciencia nacional pesificada y refractaria al dólar, dijo que con sus dólares
él hacia lo que le venía en gana, la Presidente anunció que cambiaría sus 3 millones
66 mil dólares en plazos fijos a pesos según el cambio oficial (4,49, contra
5,98 en el mercado paralelo). Y obligó públicamente a todos sus ministros a
hacer lo propio aunque -todo hay que decirlo- la tarifa de su Hotel en Calafate,
635 dólares por noche, aún no fue pesificada.
Después de que miles de burgueses y aspirantes más o menos
frustrados salieran a golpear cacerolas, al calor de un deterioro acelerado de
manera vertiginosa (CFK perdió 25% en la aceptación popular en los últimos
cuatro meses), un operativo tipo blietzkrieg
montó una conferencia de prensa a medianoche en la Casa Rosada (??!!)
para leer cuatro cartas (!!!!) de un señor al parecer poco letrado que
declinaba su nominación a la
Procuración general de la nación (cargo vitalicio).
Aunque el vicepresidente no trepidó en saludar en cierta
oportunidad apelando al "Hasta la victoria, siempre", las huestes
presidenciales han tenido -fuerza es reconocerlo- la decencia de no
identificarse con Ernesto Guevara, sino con Héctor Cámpora. Tal vez no fue por
decencia, sino por sentido de la oportunidad. En todo caso, la autodefinición
exime de todo comentario.
Como sea, no están un metro delante del caos. Estaban
detrás, hasta que éste los engulló, sin que todavía las cúpulas políticas hayan
tomado cuenta del asunto. Ése es el significado de las cacerolas. Y las están
aporreando los burgueses.
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