Por José Rigane *
“Inundan el mundo las cataratas de palabras, de informes de expertos, discursos, declaraciones de gobiernos, solemnes acuerdos internacionales, que nadie cumple, y otras expresiones de la preocupación oficial por la ecología. El lenguaje del poder otorga impunidad a la sociedad de consumo, a quienes la imponen por modelo universal en nombre del desarrollo y también las grandes empresas, que en nombre de la libertad, enferman al planeta”
(Eduardo Galeano, Patas para arriba).
“Los expertos del medio ambiente, que se reproducen como conejos, se ocupan de envolver a la ecología en el papel celofán de la ambigüedad”
(Eduardo Galeano, Patas para arriba)
En paralelo a la reunión “Rio+20”, donde los presidentes de
los países del mundo discutirán las problemáticas ambientales a nivel global
cuando se suceda la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo
Sostenible, tendrá lugar la
Cumbre de los Pueblos por Justicia Social y Ambiental, contra
la Mercantilización
de la Vida y la Naturaleza y en Defensa
de los Bienes Comunes, actividad que se realizará del 15 al 22 de junio en Río
de Janeiro, Brasil. La Cumbre
de los Pueblos intenta ser una expresión de aquellos procesos de lucha locales,
regionales y globales referidos a esta temática y se define como autónoma de
los gobiernos para plantear una visión crítica del modelo de desarrollo
vigente.
Cuando se leen los documentos oficiales hacia “Río+20” es notable cómo las referencias aluden a la crisis económica, a la crisis financiera, a la crisis climática o ecológica, a la crisis energética y no se dice que en realidad lo que está en crisis es el sistema capitalista. Para estos expertos pareciera que en este mundo no existen guerras, ni desestabilización de gobiernos para apropiarse de los recursos energéticos, ni grandes acuerdos a espaldas de los pueblos para que grupos multinacionales remitan a sus casas matrices las ganancias obtenidas de la superexplotación de los recursos naturales de los países del sur, tal como sucede en África y América Latina. Tampoco parecieran existir la desigualdad, ni el hambre, ni la miseria y que toda esta realidad es consecuente con el modo que el sistema capitalista se relaciona con la vida y el planeta.
Las menciones específicas son útiles a los efectos de estudiar y posicionarnos con respecto a los distintos fenómenos con los cuales discutimos. Sin embargo, aludir a la crisis energética o del medio ambiente sin hablar de la crisis del sistema capitalista es un enfoque miope que no nos sirve para enfrentar los graves problemas que como sociedad estamos viviendo. Entonces, lo que está en crisis es el sistema capitalista integralmente y esta es la primera definición necesaria para posicionarnos como trabajadores.
Entonces, el sistema –y estos eventos internacionales- son plataformas para lanzar iniciativas que permitan seguir descargando la crisis sobre la espalda del conjunto de los sectores populares y los trabajadores. Particularmente, para esta cumbre de Río+20 se destacan una serie de propuestas en torno a definiciones tales como “desarrollo sustentable”, “trabajo decente”, “economía verde”, que tal como lo vemos nosotros, son palabras vacías que se repiten y se adecuan a todo, a cualquier cosa. Su función es ocultar.
La concepción que se impulsa por detrás de esas definiciones es la creencia de que puede haber un sistema capitalista “humano” o en este caso “verde”. Lo mismo se proponía con el diálogo social y trabajo “decente”, construcciones con caras consecuencias para el movimiento obrero europeo y de los Estados Unidos, que se tradujo en pérdida de derechos, claudicación de reivindicaciones y sepultó a las organizaciones de trabajadores que fueron perdiendo el sentido y el contenido de clase. Las consecuencias los sorprenden ahora, tratando de articularse de algún modo en plena crisis del sistema frente a la pérdida de los derechos que consiguieron en la confrontación de clases.
Nosotros decimos que en el sistema capitalista lo que está “verde” es la salida. Porque el sistema tiene forma de presentarse en nuestro escenario, de ganarnos, de cautivarnos e inclusive nos induce a desarrollar conceptos y palabras que nosotros hacemos propias, pero que provienen del propio sistema y son funcionales a él y, por ende, a las clases dominantes.
Cuando se leen los documentos oficiales hacia “Río+20” es notable cómo las referencias aluden a la crisis económica, a la crisis financiera, a la crisis climática o ecológica, a la crisis energética y no se dice que en realidad lo que está en crisis es el sistema capitalista. Para estos expertos pareciera que en este mundo no existen guerras, ni desestabilización de gobiernos para apropiarse de los recursos energéticos, ni grandes acuerdos a espaldas de los pueblos para que grupos multinacionales remitan a sus casas matrices las ganancias obtenidas de la superexplotación de los recursos naturales de los países del sur, tal como sucede en África y América Latina. Tampoco parecieran existir la desigualdad, ni el hambre, ni la miseria y que toda esta realidad es consecuente con el modo que el sistema capitalista se relaciona con la vida y el planeta.
Las menciones específicas son útiles a los efectos de estudiar y posicionarnos con respecto a los distintos fenómenos con los cuales discutimos. Sin embargo, aludir a la crisis energética o del medio ambiente sin hablar de la crisis del sistema capitalista es un enfoque miope que no nos sirve para enfrentar los graves problemas que como sociedad estamos viviendo. Entonces, lo que está en crisis es el sistema capitalista integralmente y esta es la primera definición necesaria para posicionarnos como trabajadores.
Entonces, el sistema –y estos eventos internacionales- son plataformas para lanzar iniciativas que permitan seguir descargando la crisis sobre la espalda del conjunto de los sectores populares y los trabajadores. Particularmente, para esta cumbre de Río+20 se destacan una serie de propuestas en torno a definiciones tales como “desarrollo sustentable”, “trabajo decente”, “economía verde”, que tal como lo vemos nosotros, son palabras vacías que se repiten y se adecuan a todo, a cualquier cosa. Su función es ocultar.
La concepción que se impulsa por detrás de esas definiciones es la creencia de que puede haber un sistema capitalista “humano” o en este caso “verde”. Lo mismo se proponía con el diálogo social y trabajo “decente”, construcciones con caras consecuencias para el movimiento obrero europeo y de los Estados Unidos, que se tradujo en pérdida de derechos, claudicación de reivindicaciones y sepultó a las organizaciones de trabajadores que fueron perdiendo el sentido y el contenido de clase. Las consecuencias los sorprenden ahora, tratando de articularse de algún modo en plena crisis del sistema frente a la pérdida de los derechos que consiguieron en la confrontación de clases.
Nosotros decimos que en el sistema capitalista lo que está “verde” es la salida. Porque el sistema tiene forma de presentarse en nuestro escenario, de ganarnos, de cautivarnos e inclusive nos induce a desarrollar conceptos y palabras que nosotros hacemos propias, pero que provienen del propio sistema y son funcionales a él y, por ende, a las clases dominantes.
Viejas y nuevas
contradicciones y ambigüedades
En 1983, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió la creación de una comisión internacional (Comisión Mundial para el Desarrollo del Ambiente) con el fin de realizar un diagnóstico global de la situación ambiental del planeta. De dicho trabajo evaluativo se produjo el llamado “Informe Brundtland”, que fue la plataforma básica donde se montaron las negociaciones de la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro en el año 1992, 20 años atrás de esta nueva cumbre, de ahí lo de “Rio+20”.
A propósito del informe, el sociólogo venezolano Edgardo Lander señala que “se trata de un documento atravesado por severas contradicciones. Por un lado (…) documentó muy ampliamente los severos problemas ambientales que confrontaba el planeta. Fue, sin embargo, incapaz de abordar las causas fundamentales de éstos. No se planteó la exploración de opciones fuera del marco dominante de la lógica capitalista del crecimiento económico sin fin. El informe sostiene que la mejor forma de responder a los retos planteados por la destrucción ambiental y la pobreza, ampliamente diagnosticados, es mediante más crecimiento” (Lander, 2011).
Así mismo, el autor venezolano indica que “ante cuestionamientos cada vez más amplios a la idea de que es posible un crecimiento sin fin en un planeta limitado, el Informe (…) realiza un extraordinario malabarismo conceptual orientado a darle nueva vida a la noción de desarrollo, bajo la nueva denominación de desarrollo sostenible. Esta nueva categoría permitiría, según el informe, relanzar el crecimiento en todo el planeta, eliminar la pobreza, y hacer todo esto en un modo sostenible en la medida en que las transformaciones tecnológicas permitirían producir cada vez más con menos insumos materiales y energéticos” (Lander, 2011).
Años después, podemos constar que el concepto de desarrollo sostenible tuvo una extraordinaria eficacia política e ideológica. En términos de Lander, esta nueva adjetivación operó como “un dispositivo tranquilizador en la medida en que logró crear la ilusión de que se estaban tomando medidas efectivas en respuesta a la crisis diagnosticada” (Lander, 2011). Es así que bajo estas lindas nuevas palabras no se cuestionó ni la lógica de la acumulación capitalista ni el modelo de la sociedad industrial, causas fundamentales de la destrucción de las condiciones de vida. A pesar de su avasallante dinámica devastadora, se lo vistió de “sostenible”, tal como ahora se lo pretende pintar de “verde” con el apoyo de un imaginario construido por diversos dispositivos científicos y de producción de conocimiento con los que cuentan los gobiernos, los organismos multilaterales y las grandes empresas trasnacionales.
Algunos de los temas a abordar en las negociaciones hacia una “economía verde” en “Río+20” serán los empleos “verdes”, haciendo alusión a millones de empleos en una agricultura, industria o servicios que, supuestamente, serán implementados para superar la crisis y además preservar o restaurar la calidad ambiental. De repente la ineluctable realidad de crisis mundial y recesión, con ajuste estructural y rescates bancarios como única salida implementada, intenta ser maquilladas por intenciones de “inclusión social” y mejorar el medio ambiente.
Entonces, no hay respuesta ni salida dentro del capitalismo. Debemos acompañar y profundizar las distintas luchas populares que se están dando en el continente de resistencia y oposición a los proyectos de megaminería a cielo abierto, de extracción de petróleo “no convencional” con los grandes daños “colaterales” a las cuencas hídricas, así como el monocultivo transgénico que dañan la tierra y/o su biodiversidad. Es preciso organizarse frente al “capitalismo verde” y para eso tenemos que estar convencidos de que nosotros representamos la vida, de que nosotros representamos concepto de solidaridad, de que nosotros representamos otros criterios de integración y de desarrollo organizativo. Se trata en definitiva de tomar la decisión de enfrentar el enemigo principal, que es el capitalismo.
En 1983, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió la creación de una comisión internacional (Comisión Mundial para el Desarrollo del Ambiente) con el fin de realizar un diagnóstico global de la situación ambiental del planeta. De dicho trabajo evaluativo se produjo el llamado “Informe Brundtland”, que fue la plataforma básica donde se montaron las negociaciones de la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro en el año 1992, 20 años atrás de esta nueva cumbre, de ahí lo de “Rio+20”.
A propósito del informe, el sociólogo venezolano Edgardo Lander señala que “se trata de un documento atravesado por severas contradicciones. Por un lado (…) documentó muy ampliamente los severos problemas ambientales que confrontaba el planeta. Fue, sin embargo, incapaz de abordar las causas fundamentales de éstos. No se planteó la exploración de opciones fuera del marco dominante de la lógica capitalista del crecimiento económico sin fin. El informe sostiene que la mejor forma de responder a los retos planteados por la destrucción ambiental y la pobreza, ampliamente diagnosticados, es mediante más crecimiento” (Lander, 2011).
Así mismo, el autor venezolano indica que “ante cuestionamientos cada vez más amplios a la idea de que es posible un crecimiento sin fin en un planeta limitado, el Informe (…) realiza un extraordinario malabarismo conceptual orientado a darle nueva vida a la noción de desarrollo, bajo la nueva denominación de desarrollo sostenible. Esta nueva categoría permitiría, según el informe, relanzar el crecimiento en todo el planeta, eliminar la pobreza, y hacer todo esto en un modo sostenible en la medida en que las transformaciones tecnológicas permitirían producir cada vez más con menos insumos materiales y energéticos” (Lander, 2011).
Años después, podemos constar que el concepto de desarrollo sostenible tuvo una extraordinaria eficacia política e ideológica. En términos de Lander, esta nueva adjetivación operó como “un dispositivo tranquilizador en la medida en que logró crear la ilusión de que se estaban tomando medidas efectivas en respuesta a la crisis diagnosticada” (Lander, 2011). Es así que bajo estas lindas nuevas palabras no se cuestionó ni la lógica de la acumulación capitalista ni el modelo de la sociedad industrial, causas fundamentales de la destrucción de las condiciones de vida. A pesar de su avasallante dinámica devastadora, se lo vistió de “sostenible”, tal como ahora se lo pretende pintar de “verde” con el apoyo de un imaginario construido por diversos dispositivos científicos y de producción de conocimiento con los que cuentan los gobiernos, los organismos multilaterales y las grandes empresas trasnacionales.
Algunos de los temas a abordar en las negociaciones hacia una “economía verde” en “Río+20” serán los empleos “verdes”, haciendo alusión a millones de empleos en una agricultura, industria o servicios que, supuestamente, serán implementados para superar la crisis y además preservar o restaurar la calidad ambiental. De repente la ineluctable realidad de crisis mundial y recesión, con ajuste estructural y rescates bancarios como única salida implementada, intenta ser maquilladas por intenciones de “inclusión social” y mejorar el medio ambiente.
Entonces, no hay respuesta ni salida dentro del capitalismo. Debemos acompañar y profundizar las distintas luchas populares que se están dando en el continente de resistencia y oposición a los proyectos de megaminería a cielo abierto, de extracción de petróleo “no convencional” con los grandes daños “colaterales” a las cuencas hídricas, así como el monocultivo transgénico que dañan la tierra y/o su biodiversidad. Es preciso organizarse frente al “capitalismo verde” y para eso tenemos que estar convencidos de que nosotros representamos la vida, de que nosotros representamos concepto de solidaridad, de que nosotros representamos otros criterios de integración y de desarrollo organizativo. Se trata en definitiva de tomar la decisión de enfrentar el enemigo principal, que es el capitalismo.
* Secretario Adjunto de la CTA Nacional; Secretario General de la FeTERA
Desde Mar del Plata, 1º de junio de 2012
Publicado Cúpula dos povos 9-6-012
Desde Mar del Plata, 1º de junio de 2012
Publicado Cúpula dos povos 9-6-012
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